LA ALTERNANCIA ENTRE LOS NEOLIBERALES Y EL PROGRESISMO EN AMÉRICA LATINA

…la pugna entre izquierda y derecha es por quién administra mejor el Estado capitalista…

(ENTRE DERECHA E IZQUIERDA)

José Leiva

La inestabilidad en los gobiernos de América Latina, tanto de derecha como de izquierda, nos hace pensar (o nos hacen creer) que hay una profunda lucha entre estas dos fuerzas. Pero antes de entrar a analizar si esto es así, o es un reflejo de una falsa realidad que oculta otras fuerzas en pugna, aclaremos qué significan estos dos conglomerados políticos.

Se entiende por derecha a los que desean mantener la tasa de ganancia de la burguesía a cualquier costo. Se resisten a cualquier cambio que favorezca al pueblo si ello afecta sus intereses. Comúnmente se les denomina conservadores e impulsores del proteccionismo capitalista, porque no escatiman esfuerzos para reprimir si fuera necesario. Por ello, en ocasiones, recurren a políticas de ideologías fascistas o militaristas. Alternan entre la vía electoral o la violencia dictatorial según sea el caso. 

La izquierda se caracteriza por impulsar reformas sociales y buscar mejores condiciones para el pueblo, pero dentro del sistema capitalista. Luchan por formas de distribución de la riqueza más equitativas y progreso económico para al conjunto de la sociedad. Creen que, con estructuras sociales del capitalismo, como la democracia y el derecho burgués, es posible alcanzar dichas mejoras y una supuesta armonía entre los trabajadores y empresarios. En general a esta fuerza se le conoce también como progresistas (en Argentina populistas).

No debemos confundir a la izquierda con los revolucionarios que, en ciertas condiciones políticas, hacen alianzas. Estos últimos luchan por el socialismo y comunismo como alternativa de superación del capitalismo. La izquierda es una postura dentro del capitalismo con raíces ideológicas socialdemócratas, cuyo fundamento es la conciliación de clases, entre explotados y explotadores. Su accionar político se orienta a realizar reformas al sistema capitalista con la falsa idea que con ello se puede mejorar el modo de vida del pueblo. Por ello, también se les llama reformistas.

Partiendo de esta premisa vemos que la pugna entre izquierda y derecha es por quién administra mejor el Estado capitalista, y las alternancias nos hacen pensar que supuestamente están equilibrados en los manejos de los gobiernos. Así vemos diferentes gobiernos progresistas como el de Chávez, Maduro, Evo, Ortega, Correa, Kirchner, Cristina, Lugo, Dilma, Lula, Mujica, Tabaré Vásquez, Arce, López Obrador, Sánchez Cerén (ahora último en Perú a Catillo). Son calificados como progresistas y de izquierda. Hay otros que se inclinan más a la derecha como Bachelet y Lagos, aunque lleven el nombre de socialistas y democráticos.

La alternancia en el gobierno de estas dos fuerzas, está determinada por los ciclos económicos. Cuando la economía está en período de crecimiento, la clase dominante (la gran burguesía) ante sus crecientes ganancias, aplica políticas de “chorreo” que, en la realidad, no son más que migajas para el pueblo.

El éxito de los gobiernos progresistas depende de los períodos de expansión económica, cuando el precio de las materias primas es elevado a causa de la demanda de la manufactura industrial. Los países del tercer mundo son mayoritariamente extractivistas y productores de materias primas. Por lo mismo, les permite mejorar los beneficios sociales para amplios sectores del pueblo. Sin embargo, esta bonanza tiene pies de barro. Con la crisis económica el capital requiere de políticas proteccionistas y aplica la política del garrote.

La contraparte son los conocidos derechistas, algunos con tintes fascistoides como Bolsonaro, Piñera, Macri, Duque y otro montón en los países de América Latina.

Los de derecha son abiertamente impulsores de políticas que favorecen a los grandes conglomerados capitalistas y no tienen ningún miramiento en afectar los intereses de los más pobres. Ideológicamente están por las políticas más duras a fin de elevar las ganancias de los empresarios.

La derecha aplica la represión, y el grado de violencia que utiliza está determinado por la capacidad de resistencia del pueblo para defender los logros alcanzados en las épocas de bonanza. Cuando las posturas de izquierda o revolucionarias están arraigadas en el pueblo la violencia aplicada es más cruenta. Nuestra historia está plagada de casos siendo, el más significativo por su crueldad y violencia, el golpe militar contra el gobierno de la Unidad Popular y su presidente Salvador Allende. El imperialismo norteamericano y la oligarquía local no trepidaron en destruir el orden jurídico burgués para salvaguardar sus intereses.

Desde 2008, la crisis cíclica del capitalismo se volvió crónica. Hay muchas explicaciones para ello, siendo la principal, que no hay mercados para las mercancías, sean éstas valores de uso o de cambio. Esto ralentiza los procesos económicos con consecuencias sociales catastróficas, que es justamente lo que enfrentamos hoy.

Ante esta situación crítica, es esencial tener claro que ni la derecha ni la izquierda sistémica pueden resolver la crisis. Tampoco el fascismo más extremo ni el progresismo más ultra podrán revertir la creciente descomposición social, económica, jurídica, moral, medioambiental, ideológica y política que enfrenta el sistema. El capitalismo, implica el peligro real del fin del planeta y las especies, entre ellas, por cierto, la humana.

En la actualidad, la incapacidad de la izquierda para encontrar una salida a la crisis del sistema es la verdadera razón de las alternancias efímeras que estamos viviendo. La confusión de las cúpulas políticas ante el constante deterioro sistémico, los lleva a recurrir a programas superficiales e improvisaciones que, en el corto, mediano y largo plazo, sólo profundizan y prolongan la catástrofe social y medioambiental que azota al mundo.

Anteriormente, la alternancia fue relativamente estable, gracias a un ciclo de expansión económica. El primer gobierno de Michelle Bachelet, fue considerado relativamente exitoso, a pesar de terminar su período con la crisis financiera de 2008. Le siguió el derechista Sebastián Piñera en 2010, que en plena crisis enfrentó las masivas protestas estudiantiles, que se extendieron a otros sectores sociales, cuya masividad y fuerza, no se veía desde el fin de la dictadura militar. Las movilizaciones se mantuvieron prácticamente durante todo el gobierno de Piñera. Luego vino el segundo período de Bachelet con un programa que en lo sustancial era el mismo que el de su gobierno anterior, con las mismas caras en su equipo. El contexto económico era de crisis y su gobierno fue un verdadero desastre, lo que creó las condiciones que llevaron al estallido de octubre de 2019.

Hoy, llegar al gobierno depende de quién elabora una demagogia más creíble, donde el poder económico y el acceso y manejo de los medios de comunicación, define al ganador. El sistema está a salvo con la derecha y la izquierda sistémica. El modelo neoliberal está tan consolidado que, a pesar de su agotamiento evidente, es imposible reemplazarlo dentro del sistema capitalista. Más allá de las promesas vacías de unos y otros, todo sigue igual, salvo el enriquecimiento personal de la gran burguesía y de la “clase política”, a expensas del trabajo y la ingenuidad del pueblo. 

El capitalismo enfrenta una crisis multifacética de carácter terminal. Todos claman por un nuevo orden, pero pocos asumen la verdad y se atreven a decir que éste depende de la socialización de los medios de producción. Menos del 1 por ciento es dueño de más de la mitad de las riquezas del planeta, y es esa minoría ínfima la que impone el destino de la humanidad.  Solo cuando la propiedad de los grandes medios de producción sea social, el poder real será de los pueblos, de la mayoría. Ésa es la única posibilidad de pasar desde una democracia capitalista, que, en la práctica, no lo es, a una democracia popular.

Vemos en este panorama cómo las izquierdas se derechizan y las derechas se izquierdizan. La confusión es la moda del momento. Algunos claman por la unidad de la izquierda, pero es justamente ésta la que no sabe qué hacer, no porque no quiera, sino porque no puede. Sus fundamentos ideológicos son de luchar por un “capitalismo más humano”, en circunstancias que el mundo necesita una revolución. Creen que una nueva Constitución mejor elaborada es la solución, porque la antigua sería la causa de los problemas, y no el mismo capitalismo.

Sin embargo, más confundidos que la izquierda están los revolucionarios que hoy asumen posturas defensivas ante la furibunda ofensiva de la burguesía mundial, contra todo lo que huela a anticapitalismo. La acción defensiva de los revolucionarios los lleva a defender el capitalismo.

La única alternativa real implica revolución y fin del capitalismo. La confusión imperante lleva a preferir las cadenas de oro antes que luchar por la libertad real. Es más cómodo autoengañarse con el juego democrático y el derecho burgués, que solo prolonga la agonía del capitalismo, a alzarse y derrumbar las columnas a las que están encadenados los pueblos.