Gabriela Mistral, la luchadora que incomoda

Gabriela Mistral, la luchadora que incomoda

Lisa Aniuta

La reciente instalación de una imagen de Gabriela Mistral vinculada a su orientación sexual —impulsada desde sectores oficialistas— ha generado una intensa polémica. Presentarla como una figura de avanzada en clave identitaria puede parecer un acto progresista, pero corre el riesgo de reducir su complejidad a una única dimensión. Esta operación desplaza tanto las lecturas conservadoras que la dictadura hizo de ella como la posibilidad de reconfigurarla como una mujer integral, profundamente política e intelectualmente desafiante. Al centrarse exclusivamente en su lesbianismo, se desdibuja aquella figura de la maestra severa y asexuada, pero también se desperdicia una oportunidad crucial: la de rescatar a una Mistral radical, compleja y comprometida, cuya capacidad transformadora en lo político-cultural fue abiertamente antimperialista.

¿Tiene sentido seguir proponiendo una Gabriela fragmentada, cuya potencia ideológica y compromiso político siguen siendo sistemáticamente omitidos de su biografía oficial? Más allá de su poesía —célebre y premiada—, su soberanía sexual, vivida en una sociedad patriarcal y conservadora, fue también una forma de desobediencia. Gabriela Mistral se instala así en la agenda feminista contemporánea no solo como símbolo, sino como figura de acción y pensamiento. Sin embargo, incluso esa incorporación corre el riesgo de transformarse en un gesto vacío si no se recupera también su dimensión política, revolucionaria y crítica.

Desde la vereda opuesta, sectores conservadores denuncian una “captura ideológica” de su figura, la misma que hoy aparece en billetes y sellos postales, institucionalizada como una presencia solemne y desactivada. En ese relato, Mistral es celebrada como la primera mujer latinoamericana en recibir el Premio Nobel de Literatura (1945), pero se la reduce a una figura maternal y apolítica, borrando deliberadamente los aspectos más incómodos y disruptivos de su pensamiento.

Lo cierto es que la obra de Mistral —no solo su poesía, sino también sus ensayos, discursos, cartas y acciones diplomáticas— está atravesada por una crítica radical al imperialismo, particularmente al estadounidense, y por una defensa decidida de los pueblos de América Latina. Su compromiso con la soberanía cultural, política y económica de la región no fue ni circunstancial ni decorativo. Su rol consular y diplomático fue un espacio de militancia ideológica: no se limitó a representar a Chile en el extranjero, sino que utilizó esos escenarios para denunciar las injusticias globales, solidarizar con causas emancipatorias y resistir las formas hegemónicas de poder.

Una muestra concreta de esta postura fue su defensa pública de Augusto César Sandino, el líder nicaragüense que encabezó una resistencia armada contra la ocupación militar de Estados Unidos en su país. Mistral escribió con admiración sobre Sandino, calificándolo como un héroe continental y destacando su lucha como símbolo de dignidad latinoamericana frente al atropello imperial. En su correspondencia y en sus artículos, expresó solidaridad con el pueblo nicaragüense y denunció con fuerza la intervención extranjera. Esta defensa no solo evidenció su compromiso con la autodeterminación de los pueblos, sino que la ubicó dentro de una red de intelectuales latinoamericanos que resistían, desde la palabra, la colonización militar y cultural de la región. Mistral no era neutral: se posicionaba, escribía y hablaba desde una trinchera ideológica clara.

Gabriela Mistral apoyó también la Revolución Mexicana, expresó su solidaridad con la Segunda República Española y criticó en público y en privado la política exterior de Estados Unidos. Como delegada en la fundación de la ONU en 1945, se pronunció por el respeto a los derechos humanos, el multilateralismo y la autodeterminación de los pueblos. En una entrevista de 1950 desde Nueva York, fue tajante: “Estados Unidos habla de democracia, pero no deja vivir a los pueblos de América a su manera. […] La democracia verdadera empieza por el respeto de las diferencias.” En esta declaración se evidencia no solo una conciencia crítica aguda, sino una voluntad de intervención política clara, valiente y situada.

Pese a todo, en la cultura de masas predomina una representación superficial de su figura. Desde sectores progresistas, se le celebra en tono propagandístico: lo esencial parece ser su visibilidad —en chapitas, poleras, frases vaciadas de contexto—, convertida en un ícono pop, fácilmente consumible, pero carente de densidad. Esta banalización silencia a la Gabriela que incomoda: la mujer que no solo escribe a las infancias, sino también a las madres de los combatientes en guerras justas; la embajadora cultural que interpela al poder y denuncia la dominación.

Así, sigue pendiente la reconstrucción de una identidad rica en tensiones: la de una mujer revolucionaria, intelectual, poeta, funcionaria internacional, feminista, latinoamericanista y militante cultural. Una Gabriela Mistral que no ha sido aún plenamente contada ni apropiadamente integrada a la memoria colectiva. Ni por quienes buscan institucionalizarla ni por quienes intentan emanciparla.

Su legado no se agota en el Nobel ni en los manuales escolares. Su obra epistolar, sus ensayos, sus discursos y su praxis diplomática dan cuenta de una figura inclasificable, incómoda y profundamente contemporánea. Rescatarla no implica únicamente ponerla en afiches o citas de Instagram; implica asumir el desafío de integrarla como una voz viva, crítica y actuante en las discusiones políticas y culturales del presente.