ECOLOGISMO CONSECUENTE

Los desastres naturales originados por el cambio climático avanzan sin contemplación, en todos los continentes y países del planeta, sean estos ricos o pobres. Diluvios y sequías se alternan como las democracias y las dictaduras en los países capitalistas, no siendo ni una ni la otra buena para los pueblos. En todos los casos las clases populares son las más damnificadas, mientras las élites con sus riquezas permanecen inconmovibles, excepto cuando peligran sus ganancias.

ECOLOGISMO CONSECUENTE

José Leiva

Los desastres naturales originados por el cambio climático avanzan sin contemplación, en todos los continentes y países del planeta, sean estos ricos o pobres. Diluvios y sequías se alternan como las democracias y las dictaduras en los países capitalistas, no siendo ni una ni la otra buena para los pueblos. En todos los casos las clases populares son las más damnificadas, mientras las élites con sus riquezas permanecen inconmovibles, excepto cuando peligran sus ganancias. Paradojalmente, las catástrofes naturales, son aprovechadas por los ricos para lucrar y aumentar sus ganancias de manera ilimitada, como ha ocurrido con la pandemia de coronavirus. Las empresas de comercio digital, farmacéuticas, la banca internacional y los especuladores, cual aves de rapiña, se han beneficiado de la tragedia que enfrenta la humanidad. Cualquier situación le sirve al capital para incrementar la plusvalía.

El dominio de la naturaleza por medio de la ciencia y la tecnología significó importantes beneficios para los pueblos y grandes riquezas para las clases dominantes. Para que el capitalista pueda tener estas riquezas recurre a la explotación del trabajador asalariado y la depredación de la naturaleza.

Federico Engels en “Dialéctica de la naturaleza” decía:

«No nos jactemos demasiado de nuestras victorias sobre la naturaleza. Ella se termina vengando de todos nosotros. Ciertamente cada triunfo tiene al principio las consecuencias esperadas. Pero en segundo y tercer lugar aparecen efectos muy distintos, imprevistos, que con frecuencia destruyen las primeras consecuencias.”

Y señalaba premonitoriamente, que «Los pueblos que roturaban las selvas en Mesopotamia, Grecia, Asia Menor y otros sitios, estaban lejos de sospechar que de tal modo iban sentando las bases de la desolación actual en dichos países, al destruir con las selvas, los centros de acumulación y conservación de la humedad.”
«Sobre la vertiente sur de los Alpes, los montañeros italianos que saqueaban los bosques de pinos no tenían la menor idea de que así minaban la ganadería de alta montaña en su territorio. Menos podían sospechar aún que, siguiendo esa práctica, privaban de agua a sus fuentes de montaña durante la mayor parte del año; y que éstas se verterían -en la estación lluviosa- de modo tanto más torrencial. “

La realidad objetiva, demuestra que la continuidad del modo de producción capitalista es la principal amenaza para la destrucción del planeta y la extinción de los seres vivos, como sucedió con el supuesto gran diluvio universal. Lo más probable es que la vida en sí misma no desaparezca, pero no cabe duda que la especie humana será su principal víctima. Lo que distingue al ser humano del resto de los seres vivos es la inteligencia, su capacidad de producir más de lo que necesita, de crear cosas no existentes en la naturaleza, lo que le ha permitido trazar su propio destino. No obstante, y a pesar de ello, transita hacia su propio aniquilamiento.   

Las habilidades de los pueblos para producir más de lo necesario para su bienestar también fue históricamente su pecado original. Los condujo a la explotación del propio ser humano y a la depredación descontrolada de la naturaleza para el enriquecimiento de unos pocos. Con la misma necesidad de intercambiar los excedentes de la producción surgieron las leyes mercantiles que nos llevaron hasta el presente.

No solo la pobreza, el hambre, las injusticias sociales, las discriminaciones y otras lacras del capitalismo crean las necesidades de su superación, sino la misma existencia de la vida humana por la destrucción de su entorno.

Por las características del sistema capitalista, toda racionalidad es sobrepasada por las leyes mercantiles. Existe en el mundo cada vez mayor conciencia del desastre ecológico y medioambiental. Brillantes discursos en torno al problema se expresan en foros e instancias mundiales. Se trazan planes, programas y leyes para un desarrollo racional que permita salvaguardar el entorno en que vivimos. Pero nada de eso logra detener la destrucción provocada por la marcha desbocada de la “locomotora” de la producción de dinero.

El mundo ha sobrepasado con creces la producción de bienes necesarios para la vida del ser humano. Las economías hoy se centran en la producción de dinero y para ello regulan la destrucción del sobrante o desequilibrante que afecte a la tasa de plusvalía. Así como en la época del imperio romano la nobleza y élites en sus orgías vomitaban para continuar comiendo indefinidamente como medio de disfrute, los capitalistas destruyen las mercancías para seguir produciendo con el fin de incrementar el capital.

En Chile, ante la crisis del sistema, la tasa de ganancia ya no satisface a los grandes capitalistas. Con el denominado Plan Impulso Araucanía, anunciado por el presidente Sebastián Piñera, se pretende convertir a la Región de la Araucanía en una macro zona económica. La concreción del plan, requiere acabar con las comunidades mapuches, despojándolas de la poca tierra que aún poseen y dejarla en manos de las grandes empresas madereras y agrícolas de la región más productiva del país. Ello, con la consabida aniquilación de los ecosistemas y depredación de la naturaleza.

Las voces que claman un mundo racional basado en pequeñas localidades que puedan no solo detener la depredación sino, además, sanear el medio ambiente, no superarán el estrecho límite de sus deseos y sueños. No hay posibilidad de cambio real sin la superación del capitalismo.

No puede haber un ecologista o medioambientalista honesto y consecuente, si no es anticapitalista. Y, más aún, no puede serlo sin ser anti mercantilista, porque todo sistema mercantil por muy rudimentario que sea, evolucionará hacia un capitalismo tal cual como en el que nos desenvolvemos en la actualidad. Solo un revolucionario puede ser un luchador consecuente por el medioambiente y el ecologismo. O, dicho de otra forma, un ecologista consecuente solo puede ser revolucionario.

Una economía racional, sustentable, que elimine los antagonismos sociales, que libere a las fuerzas productivas para crear bienes para una vida mejor, que restaure la naturaleza e incluso la mejore regenerando los ecosistemas, sólo será posible en una sociedad no mercantil, una sociedad comunista.