Entre la claridad de Lenin y la confusión de nuestro tiempo: una mirada crítica desde la historia hacia el presente.

En medio del chantaje y las amenazas de que viene el fascismo si no apoyamos a Jara, cabe preguntarse, dialécticamente hablando, ¿podrá Jara dar el salto cualitativo? ¿Será capaz de romper con el maquillaje progresista y devenir en una Jara de nuevo tipo, al servicio de los intereses históricos de la clase trabajadora y los sectores populares, o quedará atrapada en la cómoda adaptación al orden burgués?

Entre la claridad de Lenin y la confusión de nuestro tiempo: una mirada crítica desde la historia hacia el presente.

Delfo Acosta

Artículos — Liberty & Knowledge

La Rusia de inicios del siglo XX, marcada por el estallido revolucionario de 1905 y el colapso del zarismo en 1917, no solo nos dejó el testimonio de una clase obrera en ascenso, sino también el ejemplo de una generación de colosos intelectuales capaces de dotar de claridad teórica y estratégica a las masas en lucha. En ese contexto, Lenin se constituyó como un dirigente intransigente frente al oportunismo, tanto desde dentro como fuera de las filas revolucionarias. Su combate no fue solamente contra el zarismo, sino también contra aquellos fariseos de su época —liberales, reformistas y centristas— que, bajo el pretexto de la «prudencia», encubrían su cobardía política con frases ambiguas y posiciones conciliadoras.

Lenin, en textos como ¿Qué hacer?, denunció con fuerza a quienes se negaban a nombrar con claridad al enemigo, a los que suavizaban el lenguaje para no incomodar a las clases dominantes o a las capas medias asustadas. Aquella denuncia se mantiene vigente hoy, cuando vemos figuras que, aun viniendo del mundo popular, adoptan una postura de ambigüedad permanente. Tal es el caso de la candidata Jara, militante comunista que, desde el primer momento, ha optado por matizar, o directamente esconder su identidad política, para no afectar su proyección política.

Este tipo de comportamiento no es nuevo, pero resulta particularmente grave en una etapa como la actual, en la que el progresismo ha demostrado durante más de tres décadas ser funcional al modelo neoliberal. Bajo la lógica del «mal menor», se pide apoyar ciegamente a representantes que se niegan a hacer pedagogía política, que surfean sobre las olas de la crítica mediática sin dar batalla en el terreno ideológico, y que ocultan símbolos, historia y principios en nombre de una simpatía políticamente correcta pero vacía de contenido transformador.

Sabemos evidentemente que el escenario actual es distinto al de la Rusia revolucionaria. No estamos ante una clase obrera en ascenso. Al contrario: asistimos a su reconfiguración bajo condiciones extremadamente complejas. El avance tecnológico, el desmantelamiento de los vínculos laborales tradicionales, el modelo neoliberal extractivista que convierte a América Latina en proveedor de materias primas sin capacidad industrial, han desarticulado a los sujetos históricos clásicos de la revolución.

Pero esta no es solo una crisis de la clase trabajadora como sujeto visible. Es, ante todo, una crisis teórica del movimiento revolucionario. El legado leninista —su claridad, su intransigencia, su articulación entre teoría y práctica— sigue siendo indispensable, pero insuficiente si no se traduce en una lectura rigurosa del presente. En un mundo multipolar que tensiona los límites de un Occidente en decadencia, donde el imperio puede apretar el botón en cualquier momento, la izquierda revolucionaria tiene el deber de pensar nuevamente, de teorizar desde las condiciones actuales, y no simplemente repetir consignas de un tiempo ya pasado.

Vivimos en un planeta donde la tecnología permitiría condiciones de vida dignas para toda la humanidad, pero donde la lógica del capital mantiene a millones en la miseria. Desde Palestina hasta el África saqueada, desde los barrios empobrecidos de América Latina hasta los flujos migratorios desesperados, se nos muestra un mundo que clama por transformación. Pero sin claridad teórica, sin valentía política, y sin voluntad de ruptura con las formas del reformismo estético, no habrá salida.

Por eso, hoy más que nunca, hace falta volver a Lenin no para recitarlo, sino para aprender su método: nombrar las cosas por su nombre, combatir la falsedad, organizar la verdad. Y, sobre todo, construir una alternativa que no se esconda tras la simpatía o el marketing, sino que se plante frente a frente contra el sistema que nos hunde.

Hoy, el “nuevo proyecto” de Jara arrastra a viejos ya conocidos, el socialismo democrático, el PPD, el Frente Amplio y ahora la Democracia Cristiana, aferrada como lagartija al último muro que le queda para no extinguirse. Detrás del comando de Jara, se alinea el progresismo de siempre, expertos en administrar la desigualdad con retórica inclusiva.

¿Puede haber un resultado distinto si se sigue haciendo lo de siempre? La realidad material no se maquilla.

En medio del chantaje y las amenazas de que viene el fascismo si no apoyamos a Jara, cabe preguntarse, dialécticamente hablando, ¿podrá Jara dar el salto cualitativo? ¿Será capaz de romper con el maquillaje progresista y devenir en una Jara de nuevo tipo, al servicio de los intereses históricos de la clase trabajadora y los sectores populares, o quedará atrapada en la cómoda adaptación al orden burgués?

El problema no es la piel del camaleón, sino el terreno donde se arrastra, pues el fascismo avanza, cuando no hay posiciones revolucionarias que le den cara…. Tarea para la casa.