DECLARACIÓN de la Organización Revolucionaria del Pueblo (ORP)
La historia de las luchas obreras, campesinas y populares será la base de nuestro desarrollo y aprendizaje. Asumimos las luchas y reivindicaciones de todos los grupos sociales —feministas, medioambientalistas, de género, pacifistas y otros movimientos— pero estamos convencidos de que solo acabando con el capitalismo se resolverán las injusticias y lograremos la armonía no solo entre los seres humanos, sino también con la naturaleza. Esto no se podrá lograr con reformas dentro del capitalismo: la revolución es la única vía.
DECLARACIÓN

Organización Revolucionaria del Pueblo (ORP)
El planeta está convulsionado: donde no se ven estallidos o protestas sociales, se observan conflictos armados, ya sea entre el capital ilegal (crimen organizado y delincuencia) y el poder burgués, o en luchas políticas armadas contra el Estado. A un nivel superior, presenciamos guerras híbridas o enfrentamientos directos entre naciones. En todos estos escenarios, son los pueblos los que padecen las consecuencias. El capital y quienes lo detentan se adaptan y usufructúan del sufrimiento de la población.
El síntoma es evidente: el capitalismo ha entrado en su fase de decadencia final, arrastrando al mundo hacia una guerra de carácter imperialista. Ya no se trata solo de una nueva repartición del mundo, sino de la supervivencia de los países imperialistas. Esta crisis es inherente a la lógica del sistema, donde las potencias buscan su salvación expandiendo su dominio económico y geopolítico mediante la guerra. Hoy, más que nunca, la paz es solo una tregua para armarse y prepararse mejor para la guerra.
Históricamente, los países pobres y débiles han sido fuente de enriquecimiento para los ricos y poderosos. Además de expoliar sus riquezas naturales, han explotado a sus habitantes. Antes fue con mano de obra esclava. Hoy es mediante trabajo asalariado y el robo de sus mentes más brillantes.
Los países del llamado Tercer Mundo rechazan cada vez más con mayor firmeza el rol impuesto por el imperialismo como simples proveedores de materias primas y mano de obra barata. Para el imperialismo, la exportación de capital se ha vuelto cada vez más “costosa”. En diversas regiones, se han impulsado procesos de industrialización con el objetivo de alcanzar la autosuficiencia económica e independencia política. En otras zonas, la búsqueda de independencia se da mediante formas más violentas cuando no es posible lograrla pacíficamente. Sin embargo, este desarrollo y liberación aún están condicionados por las estructuras del mercado mundial y la dominación del capital transnacional. El oportunismo político, que fue exitoso en ciertos momentos históricos, hoy se encuentra cada vez más descompuesto, fundiéndose abiertamente con la política burguesa.
El carácter parasitario del imperialismo se ha vuelto insostenible. La extrema concentración del capital financiero y la subordinación de la producción a su lógica especulativa han precipitado una crisis estructural del sistema, empujándolo a su inevitable decadencia y agonía. En la desesperación, sectores como los liderados por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump aplican políticas proteccionistas extremas, repatriando industrias y apropiándose de zonas geográficas estratégicas para el desarrollo militar y tecnológico.
En su colapso, el capitalismo genera guerras, conflictos sociales y desestabilización en múltiples regiones. Esto se refleja en los conflictos en Medio Oriente, África, Ucrania y diversos países de América Latina, donde la lucha de clases y la injerencia imperialista intensifican la crisis. Las bases militares desplegadas en todos los continentes se agitan y se preparan para actuar en defensa de los intereses del imperialismo ante la inminencia de conflictos sociales y armados.
En América Latina, el agotamiento de los modelos de desarrollo dependientes y la desvalorización del trabajo han generado una profunda descomposición de los Estados y de la sociedad. La delincuencia y el crimen organizado han surgido como expresiones del colapso del Estado burgués, imponiéndose como formas de vida paralelas o en el límite de la legalidad en vastos sectores populares. La corrupción dentro de la sociedad —sobre todo en los niveles superiores de las instituciones estatales y privadas— es la consecuencia directa de esta situación.
Chile no es la excepción. La criminalidad se ha convertido en un fenómeno estructural y transversal que afecta tanto a las instituciones estatales como al sector privado. La corrupción impera en el aparato estatal, en el poder judicial y en diversos ámbitos de la vida social, evidenciando la descomposición del sistema. En este contexto, el dinero ha pasado a ser el fin último de la existencia humana, subordinando y destruyendo los valores morales y éticos que la misma clase dominante impuso durante siglos.
La sociedad moderna se transforma progresivamente en un conglomerado de individuos alienados y desechables para el sistema, donde la explotación y la precarización de la vida avanzan sin freno. La cultura de masas —dominio de redes sociales, banalización del entretenimiento, consumo compulsivo— refleja una sociedad descompuesta, donde la producción de sentido y la organización colectiva son reemplazadas por el individualismo y la pasividad.
En este mismo proceso, observamos la fragmentación de la clase obrera. La descomposición se refleja en la pérdida de conciencia de clase, la precarización laboral y la expansión de la economía informal. La clase obrera global está más fragmentada que nunca, bajo la presión de nuevas formas de explotación como la “uberización” o el teletrabajo precario. Los trabajadores del sector de la gran industria ocupan un lugar privilegiado dentro de la sociedad y a pesar de su explotación han sido empujados a aburguesarse y despolitizarse.
La clase política, acomodada y privilegiada, solo ofrece soluciones superficiales y medidas demagógicas para perpetuar su dominio y evitar un estallido social que cuestione la raíz del problema. Hoy, dentro de la clase política —entendida como todos aquellos que, de forma individual o como partido político, forman parte del Estado—, la distinción entre izquierda y derecha se ha diluido hasta conformar un solo bloque: administradores de los intereses de la oligarquía nacional y de los intereses imperialistas.
En la actualidad, las políticas dentro del capitalismo son incapaces incluso de mitigar el malestar y el sufrimiento del pueblo. Las contradicciones del sistema se agudizan, haciendo imposible cualquier reforma real que beneficie a las mayorías. Si hace más de dos siglos el capitalismo fue revolucionario y posteriormente progresista para el desarrollo social, hoy es un obstáculo incluso regresivo para la sociedad. Toda postura que promulgue cambios dentro del sistema es mera demagogia. Es inconciliable el progreso económico y el bienestar social con el capitalismo.
Los partidos que se autodenominan de izquierda han caído en la bancarrota ideológica y política, renunciando a cualquier horizonte revolucionario y convirtiéndose en administradores del orden burgués.
Ante esta crisis, han emergido con fuerza políticas neofascistas, proteccionistas y de ultraderecha, promovidas por sectores oligárquicos para contener la radicalización del pueblo y desviar su lucha hacia un nacionalismo reaccionario. Es la desesperación del sector más retrógrado de la burguesía, el miedo ante su inevitable colapso y pérdida de privilegios, lo que hoy la lleva incluso a pisotear su propio orden jurídico, como lo hizo contra la Unidad Popular y Salvador Allende.
A pesar de la gravedad de la situación mundial y nacional, las condiciones objetivas para la superación del capitalismo están más maduras que nunca. El desarrollo de las fuerzas productivas, la concentración de la riqueza y la polarización social crean el escenario propicio para que los pueblos asuman su destino con sus propias manos. El agotamiento del capitalismo es evidente en todas las esferas de la vida social.
La crisis del capitalismo ha profundizado la explotación, la precarización del trabajo y la pauperización de las masas. Al mismo tiempo, ha ampliado las contradicciones del sistema, multiplicando los intereses del pueblo y generando un terreno propicio para el desarrollo de su conciencia social. Sin embargo, en ausencia de una dirección revolucionaria, esta conciencia se ha fragmentado, expresándose en formas dispersas y contradictorias que, en muchos casos, terminan reforzando la hegemonía del capital en lugar de cuestionarla radicalmente.
El estancamiento del proyecto revolucionario ha estado ligado a la pérdida de su carácter científico. La cooptación de sectores de la clase obrera por posiciones privilegiadas dentro del capitalismo ha generado tendencias reformistas e inmediatistas. En este contexto, el elemento subjetivo para la revolución se encuentra en su punto más bajo, lo que requiere una reorganización consciente de las fuerzas revolucionarias. A esto se suma la ya mencionada aristocratización de la clase obrera y su consiguiente pérdida como base social revolucionaria.
Ante la ausencia de un verdadero proyecto revolucionario y de un partido que luche por el comunismo y la transformación radical de la sociedad, distintos colectivos hemos asumido el compromiso de iniciar un proceso de construcción para llenar este vacío.
Consideramos que la propuesta del gobierno de la Unidad Popular y Salvador Allende para el desarrollo económico, social y político fue correcta. Se basó en un estudio y conocimiento profundo de la realidad de nuestro país. No fue un programa meramente electoral, sino un proyecto de transformaciones estructurales para hacer de Chile un país mejor para su pueblo. El único error fue haber confiado en las instituciones burguesas. Miguel Enríquez y el MIR previeron la actitud de las clases dominantes para impedir la consolidación del proyecto popular. No lograron evitar el embate de la burguesía, pero reivindicamos su actitud de principios. Asimismo, Raúl Pellegrin y el FPMR representan el ejemplo más elevado de confrontación contra los enemigos del pueblo. La actitud del rodriguismo, basado en el ejemplo de Manuel Rodríguez, debe ser la de nuestra organización.
La historia de las luchas obreras, campesinas y populares será la base de nuestro desarrollo y aprendizaje. Asumimos las luchas y reivindicaciones de todos los grupos sociales —feministas, medioambientalistas, de género, pacifistas y otros movimientos— pero estamos convencidos de que solo acabando con el capitalismo se resolverán las injusticias y lograremos la armonía no solo entre los seres humanos, sino también con la naturaleza. Esto no se podrá lograr con reformas dentro del capitalismo: la revolución es la única vía.
¡¡¡Chile no necesita reformas, necesita una revolución!!!
Organización Revolucionaria del Pueblo (ORP)