La guerra comercial del capitalismo moribundo

La ilusión que el proteccionismo o el libre comercio puedan ofrecer soluciones reales a las contradicciones del capitalismo, ha sido una constante en el pensamiento económico burgués. Ambas estrategias representan opciones dentro del mismo sistema, según las necesidades de distintas fracciones del capital, que no constituyen alternativas en favor de los trabajadores. Son caminos distintos con el mismo destino: la profundización de la explotación.

La guerra comercial del capitalismo moribundo Delfo Acosta

                                                                                                         

Aranceles, guerra comercial y explotación: La falsa disyuntiva entre libre comercio y proteccionismo

La ilusión que el proteccionismo o el libre comercio puedan ofrecer soluciones reales a las contradicciones del capitalismo, ha sido una constante en el pensamiento económico burgués. Ambas estrategias representan opciones dentro del mismo sistema, según las necesidades de distintas fracciones del capital, que no constituyen alternativas en favor de los trabajadores. Son caminos distintos con el mismo destino: la profundización de la explotación.

Los aranceles como forma de intervención estatal capitalista 

Históricamente, los aranceles han sido instrumentos del Estado burgués para proteger industrias nacionales, contener la sobreproducción y sostener sus finanzas. Sin embargo, no benefician a la clase trabajadora: encarecen bienes de consumo, aumentan la presión sobre los salarios y no alteran la relación capital-trabajo. Son una forma de intervención para salvaguardar los intereses del capital nacional frente a sus competidores extranjeros.

Libre comercio, neoliberalismo y la globalización capitalista 

Desde los años 70, el capital avanzó en una ofensiva neoliberal que redujo aranceles, liberalizó mercados y desreguló la actividad financiera. Esta globalización capitalista no significó desarrollo igualitario, sino expansión desigual, consolidación del capital financiero y subordinación de las burguesías nacionales al capital transnacional. El resultado: concentración, desempleo estructural y vulnerabilidad social.

Trump y el retorno del proteccionismo imperialista

Los aranceles de Trump no responden a una lógica “nacionalista” genuina, sino a la disputa interburguesa por la hegemonía global. En la fase imperialista, los aranceles no desarrollan industrias, consolidan monopolios y bloquean competidores. La ofensiva arancelaria incluso alcanza a países “aliados”, revelando que el proteccionismo es hoy un arma del imperialismo en crisis.

China y la paradoja de la integración capitalista  

China es el blanco principal de la guerra comercial impulsada por Trump. Es acusada de competencia desleal, subsidios estatales y robo de propiedad intelectual. Sin embargo, el caso chino no puede ser analizado con las mismas categorías aplicadas a las economías capitalistas occidentales. China es una civilización milenaria que, en su etapa contemporánea, ha alcanzado una posición de supremacía sobre gran parte del mundo capitalista gracias a su revolución socialista y a un sistema centralizado de planificación económica.

Lejos de ser una réplica del neoliberalismo occidental, el desarrollo chino responde a políticas diseñadas por el Partido Comunista Chino, que combinan elementos de mercado con un fuerte control estatal estratégico. Esto ha permitido avanzar en soberanía tecnológica, industrialización acelerada y una expansión económica que ha puesto en jaque la hegemonía estadounidense.

La guerra comercial desatada por EE.UU. evidencia que, más allá de los discursos sobre libre comercio, lo que está en disputa es el liderazgo económico y geopolítico mundial. La emergencia de China no es un accidente del capitalismo global, sino el resultado de una planificación sistemática desde el Estado, con objetivos de largo plazo definidos desde una lógica distinta a la del capital financiero.

¿Y el Sur Global?: el disciplinamiento del mundo periférico 

América Latina, África y otras regiones periféricas sufren los efectos de la guerra comercial sin capacidad de incidencia. Las cadenas de valor se reconfiguran, los precios fluctúan y se refuerza su rol subordinado. El proteccionismo imperialista es, también, una forma de neocolonialismo económico.

Al mismo tiempo, la caída de las bolsas tras los aranceles de Trump es solo la expresión visible del pánico de un capital especulativo, que ya no encuentra rentabilidad en la producción. Las bolsas son un termómetro del capital financiero, no de la economía real. Esta guerra comercial muestra que el imperialismo estadounidense, lejos de fortalecerse, está en una fase de descomposición: sobreacumulación, baja de la tasa de ganancia, crisis política interna y una clase trabajadora empobrecida.

Como señaló Marx, el capital cava su propia tumba al destruir sus condiciones de reproducción. Y como advirtió Lenin, el imperialismo es una fase en la que la violencia económica y militar se intensifica para preservar privilegios moribundos. Ante el horizonte de crisis estructural que se asoma, la tarea histórica no es elegir entre aranceles o tratados de libre comercio, sino avanzar hacia una transformación revolucionaria que supere el capitalismo y su lógica de dominación global.

Ni el libre comercio ni el proteccionismo representan una alternativa real para los trabajadores. Ambos son herramientas del capital para administrar sus propias crisis y asegurar la continuidad de la acumulación, ya sea mediante la apertura de mercados o el cierre selectivo de fronteras comerciales.

En este contexto, la guerra comercial desatada por Estados Unidos bajo el gobierno de Trump no debe interpretarse como una defensa del trabajador estadounidense, sino como una ofensiva del capital norteamericano en declive frente al ascenso de un nuevo polo de poder: China. Pero, a diferencia de otras potencias emergentes, el caso chino es producto de un proyecto nacional revolucionario, que ha logrado posicionarse como potencia mundial gracias a su modelo centralizado de planificación económica.

Esto confirma que no es la liberalización de mercados lo que garantiza el desarrollo, ni tampoco el proteccionismo como fórmula mágica, sino la capacidad de un Estado para orientar su economía en función de intereses colectivos, desde una lógica distinta a la del capital privado. Mientras el mundo occidental se interna en una crisis prolongada —económica, social y política—, los países periféricos y el Sur Global seguirán siendo empujados a roles subordinados en el orden internacional, salvo que avancen en procesos de transformación profunda.

Por ello, la verdadera salida no pasa por elegir entre apertura o cierre de fronteras comerciales, sino por superar el sistema capitalista en su conjunto. La lucha de clases sigue siendo el eje sobre el cual debe girar cualquier proyecto de emancipación. Solo con una ruptura radical con las formas de producción y dominación actuales podrá abrirse camino una sociedad sin explotación.